de Sara Pangione –
8 de diciembre 2022
En el Centro de Educación Integral Paola di Rosa empieza la preparación de las canastas navideñas, casi mil, que serán distribuidas a los indigentes del barrio Yaghuachi, ubicado en el sur de la gran y ruidosa Quito.
Desde 17 años, el CEIPAR representa un punto de referencia para el barrio, operando en un contexto muy particular, permeado de violencia, exclusión social y pobreza extrema.
Visto desde arriba, transmite la idea de ser un pequeño oasis de paz que realmente lucha cada día para poder aportar por un real cambio.
El objetivo es de ofrecer apoyo a la gente más vulnerable, como los llamados Borrachitos, nombre irónico utilizado con el intento de aliviar el peso emotivo que se experimenta poniéndose en contacto con sus historias.
El apoyo, como en una verdadera familia, se realiza cotidianamente. De hecho, cada día se va distribuyendo un plato caliente. Pero ocurre a menudo, lamentablemente, que esta será la única comida del día para muchos de ellos.
Cuando llegan las festividades, además de la distribución diaria de comida, se intenta hacer algo más: la idea es de preparar canastas navideñas que contengan artículos de primeras necesidades como aceite, sal, leche y arroz.
Hablando de arroz: cada día en el CEIPAR se preparan dos toneladas de arroz destinadas a indigentes y niños.
Dos quintales de arroz
200 kg
Aun si parece una cantidad enorme, me doy cuenta, día a día, que nunca es suficiente.
Si antes de la pandemia las personas que vivían en una condición de penuria eran muchas, imagínense ahora este numero casi doblado.
Por lo general el 25% de la población ecuatoriana (circa 4.5 millones) vive en condiciones de pobreza, entre ellos 1.9 millones (equivalente al 10%) viven en condiciones de pobreza extrema. Cuando hablamos de pobreza extrema nos referimos especificadamente a las familias que deben vivir con meno de 1,9$ al día.
Entonces imagínense ahora el impacto que los momentos mas duros de la emergencia sanitaria han tenido en un barrio de periferia como Yaguachi, cuando al CEIPAR se recibían alrededor de 400 personas al día.
A pesar de esto, las hermanitas nunca han dejado de ofrecer su ayuda, adaptándose a las necesidades, han tenido que doblar su apoyo. Aunque llevo aquí ya cuatro meses, sigo de sorprenderme de la devoción, el cuidado y el amor que cada día se ponen hacia los beneficiarios y de cuanto se intente darles un poco de normalidad y serenidad, lo más posible.
9 de diciembre 2022
Ya antes del amanecer, afuera de las puertas del CEIPAR hay unas seiscientas personas, la mayoría de las cuales han pasado toda la noche ahí, durmiendo en el piso, para asegurarse recibir una de las canastas preparadas el día antes por el personal y por nosotros voluntarios.
Al ver a toda esa gente ahí fuera, te das cuenta de la necesidad que hay, sobre todo porque los alimentos repartidos en esas canastas solo durarían unos días.
Niños y personas con discapacidades motoras: todos igualmente esperaron pacientemente para recibir ese pequeño regalo.
El reparto empezó a las cuatro de la mañana y con las primeras luces del amanecer ya se habían repartido las mil canastas preparadas, pero, a pesar de ello, seguía llegando gente.
No voy a negar que tener que decirles a casi trescientas personas que tenían que irse porque no había suficientes fue duro.
A veces la sensación de impotencia y frustración que uno experimenta en situaciones como esta es difícil de manejar, esto porque el deseo de ayudar a la mayor cantidad de personas posible se choca con la realidad de que no siempre es posible.
Si por tanto es cierto que muchas, demasiadas, personas no han conseguido recibir una canasta, también lo es que se han podido donar a otros tantos miles.
El espíritu es un poco así, tratando de potenciar las metas alcanzadas con la intención y el deseo de poder hacer más y más.
Como en una familia, el compromiso diario y estos pequeños gestos fortalecen y consolidan la relación. Aunque desde fuera el intercambio parecería unilateral, puedo afirmar firmemente que no lo es. El agradecimiento de los beneficiarios, la emoción y la gratitud no es algo obvio y es lo que te hace comprender la importancia y el impacto que tiene en sus vidas.
‘’Dios le pague, tía Sara’’
Sonrio y respondo ‘’A la orden’’.