de Fabio Distante. En mi acercamiento a la cultura ecuatoriana hubo muchos aspectos que me llamaron la atención, pero entre estos en particular me fascinó el concepto de minga.
En Kichwa, idioma hablado por la mayoría de las comunidades indígenas de la Amazonía ecuatoriana, el término minga puede traducirse como “trabajo colectivo con fines de utilidad social y carácter recíproco”. Esta tradición que se remonta a la civilización precolombina, consiste en el trabajo no remunerado para una comunidad o familia cuya utilidad directa no beneficia a quienes lo realizan o al menos no es un beneficio particular. Es tan identificativo de la cultura Kichwa que incluso los niños participan en su realización.
Es un concepto ausente en la cultura italiana y quizás, en general, también en la cultura occidental, por lo que decidí entenderlo más profundamente y compartirlo. Me sorprendió la falta de esta forma de trabajo colectivo porque creo que podría ser útil no solo para lograr objetivos específicos de beneficio común, sino también para consolidar relaciones significativas entre los miembros de una comunidad. Esta práctica, de hecho, basada en la acción colectiva por el bien común, ha permitido la supervivencia y el desarrollo de las mismas comunidades, promoviendo un fuerte espíritu de solidaridad y reciprocidad. Un concepto y una forma de hacer las cosas que debería resonar como muy actual, pero que en cambio choca con la realidad cotidiana y la visión individualista del mundo occidental.
Comencé mi investigación hablando con mi compañero de trabajo Jeyson, un jóven de origen Kichwa y por lo tanto inmerso en la práctica de esta tradición cultural desde su niñez. De nuestras charlas, supe de la existencia de tres tipos de mingas.
En el primer tipo, la minga comunitaria, siempre hay un líder que apela a todos los miembros a colaborar con miras a un servicio que beneficie a toda la comunidad. Generalmente son medias jornadas de trabajo desde las primeras horas de la mañana que terminan con un almuerzo compartido, donde cada familia aporta los productos de su propia chakra (dese el kichwa, tierra). La costumbre de compartir la comida al final del trabajo colectivo (pambamesa en idioma Kichwa) se realiza tanto para resaltar el trabajo comunitario realizado como para agradecer a la Pacha Mama por la comida ofrecida. Además, es un momento clave para intercambiar historias e información sobre la vida de la comunidad.
Otro tipo de minga es la minga familiar en la que un miembro de la familia solicita el apoyo de los parientes para hacer un trabajo en su beneficio que de otra manera no podrían realizar de manera efectiva por sí mismos. Por ejemplo, puede ser la cosecha de los productos como maíz, yuca o plátano en hectáreas de chakras. Nuevamente finaliza con un almuerzo, esta vez ofrecido por el beneficiario, y con una recompensa que, en esta particular región ecuatoriana, consiste en un pollo.
El último tipo es la minga voluntaria donde la comunidad, a través del boca a boca, requiere ayuda externa para realizar un trabajo agotador y urgente en poco tiempo. En este caso, la comunidad crece y amplía sus fronteras, involucrando también a los que están fuera de ella, de cara a un posible intercambio futuro de ayudas. Tuve la suerte de participar en una de estas mingas: la comunidad Sacha Waysa (de los kichwa, guayusa del bosque) necesitaba el aporte de mucha gente para llenar fundas de sustrato fértil para reproducir nuevas plantas para los sistemas agroforestales de la comunidad. Fue agradable ver cómo respondieron a esta solicitud personas que no pertenecían estrictamente a la cultura Kichwa sino a contextos urbanos multiétnicos. Esta experiencia me hizo comprender que esta es una práctica que se está expandiendo cada vez más fuera de la cultura Kichwa y que, si se generaliza, podría tener un eco en una escala aún mayor.
Comparándome con mis compañeros voluntarios, pude encontrar que es un instrumento que ha fascinado e interesado a todos. Cada uno ha desarrollado una reflexión en relación a las distintas experiencias de las mingas vividas, expresando también algunas cuestiones críticas. En su experiencia con los padres de la comunidad de Huamaurco, Francesca y Andrea S. han contribuido a acondicionar los espacios aledaños a la escuela, donde realizan actividades de apoyo escolar con los niños.
La minga resultó ser un buen momento para profundizar en el conocimiento de la dinámica entre los miembros de la comunidad en un contexto distendido e informal. En esta ocasión, sin embargo, percibieron un apego a los roles de género: se realizan distintas actividades basadas en estereotipos como mujeres en la cocina y hombres dedicados al trabajo pesado.
Además, el almuerzo, si bien sigue siendo un momento de convivencia y de compartir, resalta una jerarquía social que ve a los hombres adultos en la mesa principal, a los más jóvenes en una separada, a las mujeres que comen su comida solo después de haber servido a los demás y finalmente niños que tienen que esperar al final. Francesca encontró un trato diferente al de las mujeres de la comunidad como extranjera. Al participar en las actividades y la comida con los hombres, su género se vio ensombrecido. Yo también, en una de mis experiencias, pude notar una actitud diferente hacia mí en comparación con los otros participantes kichwa en el momento de la comida. Como extranjero, fui tratado como un invitado excepcional aunque mi contribución estuvo a la par con la de otros voluntarios fuera de la comunidad.
Otro elemento crítico lo compartió Andrea G., quien formó parte de varias mingas para la construcción de un sistema de agua. Relata que observó un consumo excesivo de alcohol para sentir menos fatiga y monotonía del trabajo hasta llegar a un abuso real. De hecho, pasó varias veces a presentarse en el lugar de la minga solo para descubrir que había sido cancelada debido a la incapacidad de los participantes para realizar el trabajo con regularidad.
Gaia, en sus frecuentes experiencias de mingas, nota un nivel cultural diferente entre las comunidades, en temas como estándares de higiene y conocimiento ambiental. Dice que en algunos, especialmente en los rurales más alejados de las ciudades, se bebe agua de río ignorando sus riesgos para la salud, se queman los desechos para eliminarlos y con frecuencia se escuchan historias de violencia doméstica. En otros, sin embargo, hay un nivel cultural superior que hace que el contacto y el conocimiento mutuo sean más sencillos e interesantes. Una de las comunidades que mejor expresa el trabajo comunitario y colaborativo es Sinchi Warmi (de kichwa, “mujeres fuertes”), una comunidad con un alto nivel de organización. Este es un caso interesante, ya que solo hay mujeres a la cabeza, lo que muestra cómo a veces la ruptura de patrones jerárquicos puede ser igual de eficaz, si no más. Aquí se establece un día de la semana en el que todos participan en el trabajo en equipo aportando su contribución según sus fortalezas, energías y habilidades. Como si cada uno fuera una pieza fundamental de un rompecabezas.
Por el contrario, Valentina, al participar en una minga para la construcción del nuevo techo de bambú en Playita, una pequeña comunidad al borde de un barrio urbano de la ciudad de Tena, encontró algunas dificultades organizativas, a pesar del vínculo parental entre los habitantes. Estos ejemplos muestran que no es posible generalizar el enfoque para hacer una minga: cada comunidad es un caso en sí misma. La construcción de un espacio dedicado a la educación de los niños con sus padres fue una herramienta rentable en términos de intercambio de información y conocimientos, capaz de equilibrar las mutuas carencias teóricas y manuales entre voluntarios y beneficiarios. Para los niños fue particularmente importante ver colaborar a sus dos figuras de referencia, aspecto que los estimuló a participar activamente en la minga.
Para concluir, cito las palabras de Irene quien es la portavoz de un pensamiento compartido por los voluntarios sobre nuestras mingas en Casa Bonuchelli: “Había quien rastrillaba la tierra, los que lavaban los escombros, los que plantaban y los que arreglaban el sistema agroforestal de la Casa. ¡Carretillas, palas, rastrillos, machetes y otras herramientas que no sabía que existían! Tierra, guantes, hormigas del tamaño de una falange, botas, barro, mucha agua y aún más vegetación. Alrededor de la hora del almuerzo hay quienes luego preparaban una comida para todos. La convivencia como tanto gusta a los ecuatorianos y kichwa, ¡pero con comida italiana! Y luego comenzabamos de nuevo, bajo el sol ardiente del Ecuador hasta el anochecer, cuando la oscuridad siempre llega a la hora habitual, las 18h15. Un cansancio compartido que une y deja esa gran satisfacción al ver el producto de un esfuerzo concertado”. A pesar de sus criticidades, la minga es un concepto que merece. ¡Vamos a exportarlo!
La Comunidad de Casa Bonuchelli