En el mes de enero llega a Casa Bonuchelli Karla, una chica que trabaja para la FENEDIF, Federación Nacional de Ecuatorianos con Discapacidades Físicas, para proponernos de realizar un taller de manualidad en las escuelas especiales de Tena y Archidona. En particular nos dice que le gustaría si pudiéramos desarrollar un taller de panadería y repostería, puesto que ambas las escuelas están equipadas con cocina y horno pero no hay nadie que pueda realizar un curso como este.
Apenas llegados a Ecuador, y todavía desorientados frente a este nuevo mundo, nos intriga la posibilidad de entrar en contacto con la realidad de las escuelas especiales. Estas escuelas se llaman así porque los niños y los adolescentes que las frecuentan tienen necesidades educativas especiales debidas a discapacidades físicas o intelectuales y por lo tanto, se considera que tengan que recibir una educación igualmente especial y diferente de la que ofrecen las escuelas normales.
Hoy en Ecuador existen 174 escuelas que imparten una educación especializada a sus alumnos, con el objetivo que alcancen la mayor inclusión posible en la vida social. Aunque el objetivo sea justo, el hecho mismo de tener la presencia de escuelas especiales es causa de exclusión. Quedo en efecto sorprendida frente a estos datos, tomando en cuenta que en Italia las escuelas especiales y las clases diferenciales fueron abolidas en el 1977 y todavía existen sólo pocas escuelas privadas asimilables a las viejas escuelas especiales. El Ecuador se encuentra en este momento en un proceso de transformación de una educación especial a una educación inclusiva, en los últimos años está en efecto aumentando el número de estudiantes con discapacidades que están insertados en las escuelas “normales”, a pesar de eso se trata pero de un proceso muy lento y obstaculizado.
El objetivo del taller de panadería es justo lo de la inclusión, realizando cada día por dos semanas en cada escuela recetas simples de panadería y repostería de modo que los chicos aprendan técnicas básicas de la cocina que les puedan ser útiles para un posible trabajo futuro.
A la mitad de febrero empezamos el taller en la Escuela Especial de Archidona que se encuentra en el centro de la ciudad; es muy pequeña y frecuentada sólo por unos cuarenta chicos. La directora nos cuenta que ha nacido solo desde hace dos años y por eso todavía son pocos los cursos activados, los profesores tienen ideas bonitas pero pocos medios para realizarlas. Sus palabras nos transmiten cuánto nuestra ayuda, aunque mínima, sea por ellos muy preciosa.
Los estudiantes de esta escuela son casi todos kichwa y cuando nos ven se esconden tras las columnas y en las clases, espiandonos por la ventana. El grupo con el cual se trabaja está compuesto por 10 chicos desde los 18 hasta los 22 años de edad, dos de ellos tienen una discapacidad auditiva mientras los demás tienen discapacidades intelectuales. El primer día realizamos con ellos el pan de dulce, son muy tímidos e involucrarles en el proceso nos resulta difícil. La cosa más bonita de estas dos semanas ha sido ver la evolución de los chicos. Día tras día, receta tras receta, adquieren más confianza con nosotros y con las herramientas de la cocina, pasando del esconderse detrás de los compañeros a ofrecerse para pesar y amasar los ingredientes.
La Escuela Especial Maximiliano Spiller de Tena aparece completamente diferente, inicialmente su estructura nos causa un poco de malestar porque hace parte de la Unidad Educativa Maximiliano Spiller, donde no se encuentran niños con discapacidades, y está vallada por una red metálica. Esta sensación se va cuando cruzamos el portón y nos atropellan los mil colores de las paredes, la música que cada mañana a las 7.30 se pone para iniciar el día y las risas de los niños que corren en el patio. El clima que se respira es de pura alegría, recibimos una acogida por parte de los profesores y de los chicos que nunca nos habríamos esperado.
Aquí trabajamos con un grupo más grande, los chicos son 16 y tienen discapacidades similares a los de la escuela de Archidona, por muchos de ellos se trata pero de discapacidades tan leves que nos preguntamos porque sean inscritos en una escuela especial. El profesor Ángel nos dice que ya desde hace tiempo lleva adelante un curso de panadería, pero que necesita ayuda para que el pan y los postres salgan mejor. Parece de haber entrado en otro mundo, los chicos hacen a competición para quien tiene que pesar la harina, romper los huevos y mezclar los ingredientes. Hacen todo con tanta destreza que nos parece casi de ser inútiles, pero la satisfacción llega cuando vemos sus miradas asombradas frente a un pastel cubierto de chocolate.
Durante las dos semanas de taller hemos enseñado, pero sobre todo aprendido mucho. En los momentos de pausa los chicos y los profesores nos enseñan algunas palabras en el lenguaje de los signos; nos enseñan a coser; nos explican como los niños con discapacidades visuales aprenden a utilizar el bastón y como ayudarlos a hacerlo. La experiencia con estos chicos estuvo tan fuerte y positiva que la esperanza es de poder seguir una colaboración estable con estas escuelas, realizando nuevos talleres siempre en una óptica de inclusión, porque el entusiasmo y la gana de trabajar es mucha.