de Claudia De Marchi – Hola, soy Claudia, tengo 27 años y actualmente estoy trabajando como voluntaria del Servicio Civil italiano en Ecuador, me encuentro en la capital del país donde colaboro como maestra de ciencias naturales en una escuela indígena bilingüe. Tratar de resumir en pocas líneas la experiencia del Servicio Civil es una hazaña titánica, pero no es la única cosa que no se me hace muy fácil de explicar.
¿De qué debería hablar primero? Hay miles de cosas, asuntos complejos y delicados, por ello intentaré delinear la gama de problemáticas con la que tuve que enfrentarme a lo largo de los primeros meses en el país, y que, quizás, formen parte de la tarea de un voluntario de Servicio Civil. Descubrí que ello no se limita a amar y llevar adelante, con compromiso y dedicación, un proyecto desconocido hasta hace poco, sino que también es el intercambio de ideas, el encuentro de culturas, conocer tropecientos mil personas diferentes en 4 meses, viajar a lugares que Dios debe haber creado a lo largo de días muy positivos, emocionarse bailando delante del océano Pacifico, alumbrarse mirando el cráter habitado del volcán Pululahua. Y creo que por todas las anteriores razones le tengo aún más cariño.
Integrarse con el mundo y la visión cultural de los kichwas es difícil, prácticamente imposible. Se trata de un pueblo que ha sufrido violencias y discriminaciones, racismo, indiferencia social y política por mas que quinientos años. Estremecí, escuchando la noticia de la muerte de uno de los dirigentes de la CONAIE, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, matado a sangre fría, posiblemente porque sus posturas político -económicas eran incomodas para “los de arriba”, y se me hacen los ojos húmedos a lo largo de la actividad escolar “aprende a hacer pizza” con los niños del primer curso, emocionados e impacientes de comer una rebanada de pizza sin piña, ¡un evento tan insólito!

Es complejo adaptarse en un de las ciudades más peligrosas que he conocido, aunque, nuestros amigos nuestros amigos quiteños – míos y de mis compañeros de trabajo – desmientan esa peligrosidad “Quito es difícil”, dicen. Sea lo que sea, cada día me topo con alguien que me recomienda estar pendiente, no salir con el móvil en vista, con la cartera en el bolsillo, el reloj puesto: podrías “perderlos”, y, en cambio, encontrarte con un cuchillo puesto en algún lado del cuerpo. ¿Pero cómo renunciar a un cafecito con las colegas al salir del trabajo? ¿Como renunciar a visitar una de las más lindas basílicas del mundo? ¿Como no bailar como loca por las calles o por las inmensas playas de la costa ecuatoriana?
La meteorología ecuatoriana es un enigma, bajo el sol, a veces, uno se siente como si hubiera vuelto a Italia, y, de repente, se cae el cielo, y vierte litros y litros de lluvia glacial, sin terminar de entender el porqué no se haga nieve. También hay la abstrusa sensación de falta de aire y el respiro afanoso provocado por la altura de la ciudad (2850 metros s.n.m.), segunda entre las capitales mas altas del mundo, luego de La Paz, en Bolivia.


La forma incómoda de viajar para intentar llegar a ese lugar que “absolutamente tenemos que ver”, con autobuses que no se han visto en Italia desde hace unos treinta años, y conductores que solo escuchan reggaeton. Hasta la fecha, 6 horas de viaje para llegar a esas “cascadas absurdamente hermosas”, después de despertarme a las 5.30 de la mañana habiendo enseñado durante 5 horas en un idioma que no es el mío, en una materia que no es la mío, a niños que no paran hablar aunque sea por medio minuto, se ha convertido en un paseo. Llego al destino y, después de dejar mí mochila en un hostal “muy seguro”, salgo a explorar el mundo que me rodea. Así que, por favor, Dora la Exploradora y Bear Grylls déjenme espacio.
El intento titánico de vivir en positivo el compartir tus espacios personales (casa, dormitorio, baño, malos momentos, alegrías, “asesinatos premeditados”…) con seis personas que “conociste”, por así decirlo, sólo el mes anterior durante la semana de formación presencial.
La aparentemente imposible (al menos para mí) adaptación a la comida nacional. Nunca he tenido problemas para probar cosas nuevas, pero, el cilantro, en los últimos 4 meses y medio, se ha convertido en mi peor enemigo, tener que estar preguntando en cualquier local, restaurante, comedor si ese plato “LLeva cilantro” me hace muy poco simpática. Pero las empanadas son un milagro de la cocina latina y agradezco a quien las inventó, porque son verdaderamente sublimes.
Y finalmente la necesidad de manejar la incontenible necesidad de conocer cada rincón de este loco continente a lo largo y a lo ancho. Ecuador, en particular, es conocido como el país con mayor biodiversidad del mundo, mires donde mires te encanta la espectacular presencia de una vegetación absurda, como esa planta centenaria que vi en Tena, a las puertas de la selva amazónica, o animales bizarros, como los Patas Azules, un tipo de ave con patas completamente azules.

En estos meses he aprendido de una vez por todas que criticar, analizar, adoptar, rechazar, estar parcialmente de acuerdo, totalmente de acuerdo, no estar nada de acuerdo, asombrarse, sentirse impotente, no comprender, no aceptar, compartir, asombrarse, amar, odiar y todos los miles de millones de emociones, son una riqueza que solo puede compararse con la biodiversidad del país maravilloso, único y absurdo que es el Ecuador, y que por tanto solo nos queda atesorarlas y guardarlas en nuestro corazón. Entonces, lo que queda por decir es: gracias Servicio Civil, gracias Engim y, sobre todo, gracias a mí misma que tuve el coraje de elegir esta cosa enorme y maravillosa y vivirla en todos los aspectos, sin descuentos, sin miedo.