de Maddalena Martini – Se acabó el paro. Así parece, dicen que han llegado a un acuerdo con el gobierno. Están circulando tantas noticias, no está claro qué es verdad y cuál es el resultado de la refriega general. El paro nacional duró un total de 18 días y provocó también la suspensión de nuestras actividades. Fue convocada por las organizaciones representativas de las nacionalidades indígenas del Ecuador, en primer lugar la Conaie (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador). Además de la Conaie, participaron diversas organizaciones representativas de nacionalidades indígenas, colectivos estudiantiles y colectivos LGBTQI++ y otras de algunos sectores laborales, como el transporte. La Conaie ha lanzado una protesta contra las políticas gubernamentales, difundiendo alternativamente diez acciones y políticas que se proponen como solución a los problemas planteados. Los principales se refieren al aumento del costo de vida, comenzando por el precio de la gasolina y los productos de primera necesidad; la dificultad económica de muchas familias que viven de la agricultura, por las deudas y el aumento del precio de los materiales agrícolas y el bajo costo de venta de los productos; la explotación de recursos, a través de la extracción minera y petrolera, que contamina y expropia especialmente a los pueblos indígenas de sus tierras; los pocos derechos garantizados en el trabajo y el paupérrimo sistema de salud. Estos son solo algunos de los temas planteados con alegría y enfado en todo el país, que durante estos días de protesta se ha mostrado en todas sus complejidades y facetas. Surgieron claramente desigualdades históricas y discriminaciones bien arraigadas en la sociedad, una diferencia de cosmovisión y estilo de vida entre la ciudad y el campo, entre mestizos e indígenas, entre culturas ancestrales y conservación de territorios y uso de recursos para intereses económicos. Como outsider traté de entender las dinámicas sociales que se han mostrado con fuerza en estos días de huelga, pero que tejen la vida de este complejo país todos los días. Además de esto, he sido testigo de una forma de golpear que es diferente a la de Italia. Todas las carreteras principales estaban bloqueadas, con barricadas hechas de árboles talados, llantas y piedras. A veces pasa que te dejan pasar, pero solo en algunos momentos y quizás pagando, depende de las situaciones. Con los caminos cortados no llegan víveres, no hay gas para cocinar, no hay gasolina, no hay hortalizas, que se producen en la sierra, porque el suelo de la Amazonía no es apto para cultivar otras hortalizas que no sean yuca, maíz , plátano y poco más. Durante un par de días también recibimos mensajes para abastecernos de agua, porque algunos manifestantes también quieren bloquear eso.
En casa hay un ambiente mixto entre la ansiedad por las noticias de violencia y represión policial, las ganas de entender y participar en la causa y las prisas por comprar lo que hay para no encontrar la despensa vacía. Entonces terminamos llenos de cosas para comer, no sabemos qué hacer con todos estos plátanos llenos de mosquitos. Es la primera vez en mi vida que todos los bienes cotidianos que siempre he dado por asegurados ya no lo son. La posibilidad real de no tener mucha comida, gas o agua está ante mí. Lo pensé mucho, pero para mí fue un momento importante de reflexión, de intentar vivir con menos cosas y no darlas por hecho.
Con la suspensión de actividades no pudimos despedirnos de los niños y niñas del Apoyo Escolar que finalizó esa semana. Estoy pensando sobre todo en los niños de Playita. Me imagino cómo me habrían recibido, de lejos, con una sonrisa disimulada y sin demasiado cariño, como hacen ellos, aunque llevemos 9 meses juntos 3 tardes a la semana.
Pienso en Kenny, cuando se emociona con el bosque que está construyendo con tijeras y marcadores, o todas las veces que se niega a escribir, porque sus letras vuelan por todo el papel pero nadie tiene una certificación para su dislexia. Pienso en Kenny, en lo mucho que le gusta escribir números y luego convertirlos en animales, o en cómo llega hasta el 20 con su bolígrafo invisible y brillante. Pienso en Kenny, cuando se esconde debajo de la mesa y construye su casa o cuando me cuenta que ayer estuvo en el trabajo, moviendo piedras o vendiendo sandías en la calle. No sé si alguna vez he entendido a este niño, sé que me puso a prueba y siempre me ha sorprendido, al igual que el lugar donde vive, las pocas veces que hemos estado allí para hablar con sus padres. Cuando voy a Playita no entiendo nada. ¿Cómo describir este lugar? Uno de los primeros días me dijeron que “son el último puesto kichwa del pueblo”. Fue una sentencia definitiva, que no tuvo la oportunidad de ser elaborada. Así que tengo que tomarlo de esa manera, incluso si no estoy totalmente seguro de lo que eso significa. Playita es un distrito céntrico de Tena, pero aquí no hay nada céntrico.
Para llegar hay que tomar una calle a la derecha de la Quince, la vía principal de Tena. Luego, en cierto punto, las casas a la derecha se interrumpen en una fuerte bajada que desciende hasta el río. Lo que ves son casas abarrotadas y desconectadas, construidas con madera, materiales reciclados, techos de chapa y ladrillos encalados. Al final de la bajada, si sigues recto, encontrarás el río y si giras a la derecha entrarás en la intimidad de las casas, en el patio, en el lugar de encuentro. El otro día fuimos a preguntar a los padres si les gustaría inscribir a los niños en los cursos vacacionales que estaremos haciendo en Casa Bonuchelli. Muchos perros me dan la bienvenida, sin prestar atención a los pollitos calvos que caminan columpiándose a su alrededor y al olor acre pero familiar del humo. Cuando venimos aquí, muchas veces la única persona que nos saluda es la abuela, pero no sé si lo hace porque realmente quiere darnos la bienvenida o porque ha estado bebiendo. Desde que murió su esposo, todos dicen que siempre está borracha, incluso durante el día. Bebe chicha, una bebida fermentada de yuca o maíz. Me abraza con sus brazos secos y huesudos, hablando un idioma incomprensible, una mezcla de kichwa y alcohol. Estoy feliz de ver a la abuela, tiene todos los años de esta vida de resistencia en su rostro. Es la abuela de todos los niños que veo jugando por aquí. Están los que saltan de un poste a otro, los que tiran una pelota, los que llegan empapados del baño al río, los que corren agazapados en una carretilla. Scarlet sale de su casa con su hermana embarazada, tendrá 16 o 17 años, nos saluda con la cabeza, mira alrededor con aire de quien sabe lo que quiere y se va. Scarlet me mira de lejos, me saluda con una media sonrisa y corre hacia Katy para jugar a la magia con las cartas. Una docena de jóvenes y mayores juegan al voleibol, pero apenas nos miran. Mónica también llega con su barriguita, los pies descalzos y una hermosa cabellera apoyada sobre sus hombros. Ella es la mamá de Joseph, quien nos recibe con su sonrisa y nos cuenta el susto que tuvieron la otra noche, cuando el río se desbordó y entró casi medio metro de agua en la casa, que destrozó la heladera, las paredes, los objetos. Escucharon un fuerte ruido esa noche y el agua rompiendo amenazando su sueño. A la mañana siguiente, con su barriga de embarazada de 8 meses, limpió todo sola y ordenó la casa. Le sonrío. No solo pienso en lo diferentes que son nuestras vidas de manera inequívoca, sino también en cómo el agua negra e imparable es un elemento que tenemos en común. Venecia también, en aquel noviembre de 2019, me hizo temblar junto con las ventanas azotadas por el fuerte viento que acompañó a la marea hasta 190 centímetros e inundó la ciudad.
Agua que aquí abunda, gracias a las lluvias regeneradoras tras los días soleados ya los espléndidos ríos que nos rodean y alimentan el bosque de alrededor. Agua que está amenazada por la explotación de la mina de oro, que aquí cerca de Puerto Napo ha destruido un brazo del río. Agua contaminada por oleoductos que rompen y arrasan ecosistemas. Agua que falta durante este prematuro verano italiano y provoca sequía en toda la cuenca del Po. Aquí el paro ha terminado, la vida continúa, pateando, vive en estos días de trabajo en los que rodamos en las horas, mientras las semanas vuelan y hacemos No os fijéis que ya es julio y en dos meses tomaremos el vuelo de vuelta a Italia. La vida continúa, pensamientos y emociones, sin embargo, persisten y entrelazan mis vivencias, a veces sabias ya veces infantiles.