de Kamini Vicentini
Amazonía, tierra de selva y de agua
Hace unos días hubo dos fechas importantes. 21 de marzo, inicio de la primavera. Desde Italia recibí las primeras fotos de esta temporada de renacimiento: flores que florecen en las ramas aún sin hojas, pequeños jóvenes brotes y el verde que “muerde” las laderas de las montañas, en un intento de conquistar todas las cumbres. Aquí no se percibe el inicio de la primavera, la exuberancia de la flora, las mil tonalidades de verde que veo desde la ventana nos han acompañado desde que llegamos. Y este es ciertamente un contraste evidente para quienes como yo estamos acostumbrados a ver los cambios con claridad: las estaciones en Italia están marcadas por el inevitable cambio de tiempo, mientras que aquí, cerca de la línea ecuatorial, la vida parece ser un “continuo” que no descansa, y para buscar y experimentar diferentes estaciones climáticas hay que moverse en el espacio más que en el tiempo, y más que en un espacio horizontal, es en el espacio vertical (¡Los Andes!) que encontré esta “temporalidad estacional”. De todos modos, el 21 de marzo también es el Día Internacional de los Bosques, ¡y eso ya tiene más sentido para nosotros aquí! Además, el día siguiente, 22 de marzo, es el Día Mundial del Agua. El agua, sin duda es una de las primeras cosas de Tena que te llama la atención: la vista de las aguas de diferentes colores de los ríos Pano y Tena, que llegan a distintas velocidades, uniéndose para formar una sola gran serpiente de agua envuelta en leyenda.
Según la tradición, Pano y Tena eran hijos de los jefes de dos distintas comunidades del Napo, entre los cuales nació un amor prohibido por sus respectivas familias. Cuando fue descubierto por el padre de Tena, los encuentros entre los dos se interrumpieron, dejando a Pano solo a la espera de su amada en el lugar de las citas secretas hasta que cayó en un estado de depresión tal que ni los chamanes lograron curarlo. Decidido a acabar con su existencia, saltó al río que acogió su lamento y dolor. Tena, advertida de esto, desesperada, decidió seguirlo. Se escapó y se arrojó a otro río cuyo caudal, sin embargo se unió luego al que había tomado el nombre de Pano. Finalmente reunidos, siguen hasta hoy abrazados para formar el abundante Tena.
Como estas aguas se juntan, se mezclan, así, en esta parte del mundo donde las contradicciones son evidentes, marcados, al menos cuanto lo vivo que son los colores que nos rodean, lo denso que están los olores, cuánto prevalece la necesidad de sobrevivir por encima de todas las lógicas -y hay veces en las que parece que las soluciones se quiebran contra la inmensidad de estos contextos culturales y ambientales-, mis pensamientos también se mezclan y parecen anudarse cada vez más en lugar de encontrar el cabo de la madeja. Entonces, incluso mientras escribo los pensamientos se sobreponen y las palabras luchan por materializarse en oraciones lineales. Pero tratando de enfocarme en los dos elementos recordados a través de estas recurrencias, me doy cuenta de una cosa. Sea que trabajemos directamente en proyectos ambientales o no, los bosques y el agua nos afectan a todos. ¿Cómo no ver la profunda conexión entre estos dos elementos que, aquí en la Amazonía más que en cualquier otro lugar del mundo, viven en simbiosis y nos acompañan todos los días? En todas partes miramos el horizonte desde las ventanas de la casa Bonuchelli y mientras caminamos hacia las comunidades donde apoyamos proyectos en curso, estos elementos viajan a nuestro lado. Nos muestran belleza, contradicciones, ímpetu y perseverancia, singularidad y unidad; nos regalan colores, olores, sonidos y sensaciones difíciles de olvidar. En el Tena, puerta de la Amazonía ecuatoriana, nos enfrentamos a diario con el ambiente y la cultura indígena Kichwa, que aquí es la cultura con la que se identifica la mayoría de la población. Según la ideología Kichwa, la relación entre la selva amazónica (tierra de bosques y agua) y las poblaciones milenarias y ancestrales que siempre la han habitado es muy interesante. Básicamente se dice que los Kichwa viven una relación integral que se expresa de dos formas: una que podemos definir externa (comportamental) y una interna (valores). En el primero, la selva es el medio que sustenta la vida y por tanto, de ella se derivan los elementos necesarios para la supervivencia. Sin embargo, y aquí se manifiesta el aspecto de valor, la relación hombre-selva/mujer-selva va más allá de la mera necesidad económica, para devenir “interlocutor” de hombres y mujeres. La selva se convierte así en símbolo de una totalidad equilibrada, donde se manifiesta el principio organizador, el “Pachacamak”. En consecuencia, los Kichwas también experimentan una relación emocional con la selva que, si bien ahora en un mundo contaminado de ecosistemas naturales, artificiales y culturales, idealmente lleva al hombre a respetarla y cuidarla, mientras este a su vez devuelve abundantemente lo necesario para la vida humana.
Agua y mujer en poesía, filosofía, mitología y religión
“Yakumama”, otra palabra kichwa que muestra claramente la relación de este pueblo con el elemento agua. La traducción “madre agua” (yaku = agua, mama = madre) expresa, aunque aparentemente de manera poética, muy claramente dos aspectos vinculados a este recurso. En la sabiduría Kichwa, se ve como un ser vivo, una persona más que habita en comunidades, compartiendo y ayudando la vida del hombre. No solo eso, sino que los términos utilizados – madre y agua – también indican que esta “persona” es una mujer, una madre, y que ella es capaz de escucharnos, de estar feliz y triste, de enojarse, de bendecir y de incluso para castigar. (Yapa, Kashyapa A. S., 2013, Prácticas ancestrales de crianza de agua. P. 6-7) Pero sobre todo, ella puede hacer lo que solo una mujer puede hacer, ¡dar su vida! En este contexto cultural y valorativo, el agua se entiende precisamente como una “persona”. Y siendo persona, por tanto, con el agua como con el bosque, es necesario comunicarse, relacionarse (porque ella también nos habla), y hoy también reconciliarse. (ibid.) La concepción Kichwa, una vez más, por tanto, nos sugiere un camino que ahora hemos perdido para relacionarnos con todo lo que nos rodea. Nos recuerda los mantras que de niños todos solíamos escuchar repetidos en la escuela y en nuestros hogares, en los que se nos enseñaba que el agua es un bien precioso que debemos cuidar. En el concepto Kichwa, el círculo se completa, mostrándonos la reciprocidad e interconexión que existe entre nosotros y el entorno en el que vivimos: cuidemos el agua (como del bosque) como y porque nos cuida.
Pensando en esto, me di cuenta no solo de como esta concepción me recordaba a mi infancia, sino también de cuantas similitudes existen realmente entre esta cultura y la de la que venimos. Si miramos dentro de nuestra cultura europea, arraigada en el desarrollo del pensamiento y la filosofía de la antigua Grecia y el Cristianismo, de hecho podemos notar una fuerte presencia del agua, igualmente pensada y representada con connotaciones muy similares. Así observamos a la diosa Gangas en el hinduismo, pensemos en los antiguos sumerios, en cuyo idioma “a” significaba tanto “agua” como “generación”. Llegando al pensamiento griego presocrático, los filósofos reconocieron el agua como uno de los orígenes del cosmos, en primer lugar Tales, quien argumentó que el agua es el principio primordial que determina la vida, … En todo esto vemos que nuestras raíces se hunden en el mismo humus.
En tiempos más recientes, San Francisco, en el Cántico de las Criaturas, celebra el agua fuente inextinguible de abundancia para el Medio Ambiente, la Naturaleza y el Hombre mismo llamándola hermana, y la describe así: “Laudato si’, mi’ Signore, per sor’aqua, la quale è multo utile et humile et pretiosa et casta”. Por tanto, no es casualidad que en la Encíclica papal más reciente llamada Laudato Sì, el tema del agua vuelva con fuerza. En el párrafo 28, el Papa nos insta a considerar el agua potable y limpia, un tema de fundamental importancia, “porque es indispensable para la vida humana y para sustentar los ecosistemas terrestres y acuáticos.” Y también recuerda en el párrafo 30 que “el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos”. Y que el agua es vida no solo nos lo dice la tradición, la escritura o los documentos papales. Si entonces volvemos la mirada hacia otro lado, y nos detenemos un momento en las ciencias, desde pequeños aprendemos que el agua incluso constituye alrededor del 70% del peso corporal humano, es un elemento necesario para nuestra vida. Sin embargo, aquí se entiende aún más, y de otra manera, ya que estamos inmersos en él: la selva amazónica nos muestra como el agua también indica el fluir de la vida, dejar ir cuestiones y problemas. El agua, por tanto, da vida no solo desde el punto de vista biológico, sino también desde el punto de vista espiritual y filosófico, nutriendo el cuerpo y el pensamiento. El “tema del agua” en nuestro tiempo forma parte de las agendas de organismos mundiales, organisaciones internacionales, asociaciones medioambientales, personas, todos encaminados a concienciar sobre lo importante que es respetar este elemento. Hoy es doloroso ver como las poblaciones locales van olvidando estos valores que son un patrimonio cultural centenario, y resulta necesario activar proyectos específicos para recuperarlos.
Gotas de cotidianidad: agua y vida
El agua es vida, sí, y es vida cotidiana. En el Día Mundial del Agua, me despierto con el sonido de la lluvia en el techo de casa Bonuchelli. Cuántas sensaciones: el ruido que de un leve susurro rápidamente se vuelve ensordecedor tanto que no podemos oírnos hablar y tenemos que subir el tono de la voz casi para gritar; el frescor que la lluvia devuelve al calor bochornoso del ambiente amazónico. A estas se combinan las sensaciones menos agradables como la humedad que lo empapa todo, la ropa que se te pega, la percepción de estar inmerso en algo de lo que no te puedes deshacer. Sí, agua que sigue cayendo mientras escribo y miro por la ventana, lluvia mientras caminamos, lluvia que hace crecer los ríos y alimenta las plantas, lluvia que impide que los gringos hagan mingas, pero no detiene a los Kichwa. Mientras me preparo para el día de trabajo en las comunidades, reflexiono sobre cuánto el agua y los bosques están presentes en los proyectos en los que trabajamos. En todos los que está llevando a cabo ENGiM, estos dos elementos no quedan en segundo plano, sino que son coprotagonistas de las acciones, estrategias y desarrollo que se quieren perseguir: un desarrollo inclusivo y sostenible, enfocado en el concepto de la ecología integral, planteado tanto en la Encíclica pontificia Laudato Sì como en los documentos del Sínodo Amazónico. El agua es vida porque es nacimiento y generación. Pero también marca la vida, y determina la vida de las familias del barrio las Playas, construido en la orilla del río Tena, conformado por casas improvisadas y a merced de las crecidas del río, donde no llega el agua y no hay baños. Aquí ENGiM con algunos de nosotros voluntarios, ofrece un servicio de apoyo escolar y, en colaboración con una fundación local que distribuye agua potable para uso alimentario a la comunidad, un programa de educación ambiental. Todas las actividades finalmente se desarrollan lejos del sol caliente del mediodía y de la lluvia torrencial, bajo la choza construida por los voluntarios junto con los padres de los niños.
El agua es vida, y como la vida fluye, excava y se transforma, así es la vida cotidiana de los niños de Huamaurco, que acaban de tener agua limpia en casa gracias al proyecto WaSH que vio la creación participativa de un sistema de agua potable. Para ellos, el agua es también descubrimiento y experimentación. En las actividades de apoyo escolar estamos en un programa sobre el tema del agua cuyo objetivo es ayudarles a tomar más conciencia de la importancia de este recurso y tener más respeto por él en un contexto donde la contaminación es irrefutable. El agua aquí es, una vez más, también mujer. Son las mujeres, madres y niñas quienes se ocupan de la mayoría de los usos domésticos relacionados con el agua. Conscientes de ello, nos dirigimos a las madres con una serie de encuentros sobre alimentación y usos domésticos del agua, que comenzarán dentro de poco.
El agua es vida y puede mejorar la calidad de vida de las personas y comunidades, más aún cuando se convierte en complementación a la dieta a nivel familiar y una potencial fuente de ingresos económicos. Gracias a la colaboración establecida con el Ministerio del Medio Ambiente, las donaciones de alevines de Cachamas dan a las personas que las reciben la posibilidad, por un lado, de integrar y diversificar la dieta diaria, por otro, de tener un producto que encuentra una buena demanda en el mercado local.
El agua es vida, alegría e incluso arte en Awapungo, donde los niños, en las calurosas tardes, descienden por las orillas del río Misahualli para refrescarse. En la comunidad cuyo propio nombre indica el vínculo profundo con el agua: Awapungo es de hecho una palabra compuesta que podría significar puerta o desembocadura alta del río, un símbolo importante para sus habitantes es la cascada cercana, oculta a los ojos de los transeúntes, pero importante para toda la comunidad. El agua sirve para muchos propósitos, incluso para el arte y la pintura fresca que se dio en las paredes de la casa municipal que los voluntarios usan para las actividades con los niños. Una vez más, el agua es vida, es “líquido vital”, otra expresión significativa ampliamente utilizada en las comunidades con las que interactuamos. Y sin duda lo es por todas las plantas que están germinando en el vivero detrás de Casa Bonuchelli. Una vez cultivadas, estas plántulas de árboles frutales y maderables se convertirán en una fuente complementaria de sustento para muchos pequeños agricultores a los que ENGiM llega a través de proyectos de reforestación.
Y así, mientras escribo me doy cuenta de que, aunque cada uno de nosotros se levante por la mañana con un programa del día que le llevará a intervenir en distintos proyectos, trabajando en diferentes lugares y con diversas personas, al final el agua nos une más de lo que imaginamos. Aunque indiscutiblemente en la práctica nuestras acciones toman la forma de cosas muy diversificadas, “Yaku” es el elemento que con su presencia esencial, une todos nuestros proyectos y nuestra vida cotidiana en Napo reuniéndonos bajo un solo “paraguas”. Como Yaku, también recorremos diferentes caminos, venimos de diferentes lugares, pero, como Pano y Tena se unen para dar vida a un río más grande, de igual manera nuestras experiencias, nuestras vidas, aunque sea por un período limitado de tiempo, se han encontrado para convertirse en algo grande que podrá tomar el nombre de “experiencia”, “amistad”, “compartición”, en última istancia VIDA.