de Giulia Marchesini
Josper tiene los ojos grandes, como un venado, animados y atentos, para captar todo lo que pasa en su entorno. Su grande sonrisa deja entrever unos dientecitos podridos, a pesar de esto su cara se ilumina y brilla. Lunes, jueves y viernes nos espera en la esquina de la calle saltando feliz cuando ve llegar la buseta de Engim. Sube y como siempre intenta ir adelante, para ver mejor la ciudad que fluye a toda velocidad antes de sus ojos, o por lo menos estar cerca de la ventanilla, para abanicarse y escuchar a cada rato “Adentro la cabeza!”.
Después de la inundación que afectó la ciudad el pasado septiembre, el y su familia siguieron viviendo cerca del río, seguros de poder convivir con la fuerza y la imprevisibilidad de la naturaleza.
Josper vive en una casita de dos pisos. Así no suena tan mal, pero la realidad es bien diferente: la casa se compone de dos cuartos pequeños, uno abajo y uno arriba, conectados por una escalera empinada e inestable. Josper nos invita a ingresar para hablar con su mama, que tiene 30 años y acaba de dar a la luz la última hermanita de siete hermanos. A menudo intentamos reconstruir la genealogía de estos niños y sus familias, pero casi siempre resulta bien complejo: la comunidad de Playita se compone por la mayoría de una única familia. 7 de los 9 hijos de los abuelitos empezaron a crecer allí sus hijos y no se han mudado desde entonces: ahora son más o menos 200, teniendo en cuenta nietos y bisnietos. Desde allí una densa red se cruza y es difícil entender quién es hijo de quien y como se componen las familias, considerando que viven todos juntos. Los tíos a menudo tienen la misma edad de los nietos porque los hijos mayores, todavía jóvenes, empiezan a procrear y al mismo tiempo sus madres siguen teniendo hijos.
Abrimos la puerta de chapa metálica de la casita de dos pisos construida en tablas de madera y lata, encajada entre la roca y otra casa al lado. Ojos grandes nos escrudiñan, la mama amamanta su bebé y nos deja ingresar. La casa es obscura, ingresa luz solo de la puerta y de una ventanilla del segundo piso. Un refrigerador divide el área nocturna de la diurna, todo en 9mq de espacio, más o menos. El suelo no existe, solo tierra batida. Fuegos de camping y una mesita en plástico sin sillas alrededor es todo lo que tienen. Al otro lado del refrigerador, una cama y una pequeña televisión muy vieja que trasmite una novela en blanco y negro con un ruido de fondo insoportable. La escalera empinada deja imaginar el piso de arriba, donde pensamos que duerman de alguna manera la mayoría de los componentes de la familia. No hay baño, no hay agua corriente.
Josper tiene 9 años y en teoría se va a la escuela. Los padres están ocupados a buscar unas moneditas para seguir adelante, entonces no lo cuidan para nada. Los hermanos mayores, a veces, lo animan para ir a la escuela con su mochila, pero a menudo es el solo quien decide que hacer con su vida.
A veces Josper se va a trabajar. Los padres dices que es para pagar los libros de la escuela, pero cuando les dijimos que por eso podemos ayudarlos nosotros, dicen que los niños se van solo para ganar pepitas o globos para jugar llenándolos de agua. Josper hoy llega trotando y me dice que esta noche no durmió bien, el papa se fue a tomar al bar y cuando regresó se puso a pegar a su mamá. Normalidad, como normalidad es utilizar drogas, principalmente el basuco, sobra toxica que queda en la elaboración de la cocaína, quita el hambre y también los pensamientos.
Casa Bonuchelli es aire puro. Los tres días de la semana en los que se puede respirar, en los que se hacen cosas normales para niños normales, donde se estudia y se divierte, en los cuales Josper y sus amigos descubren nuevas prospectivas, en los cuales los niños se alejan de la casa, que a menudo no es el “lugar seguro” que nosotros concebimos.
La educación es todo, y lo aprendimos desde estos niños dejados solos, que no tienen ninguno que les enseñe y que les cuide. Educación en sentido más amplio: aprender a leer y escribir, reforzar las dificultades de la escuela, pero también lavarse los dientes, comer bien y tres veces cada día, entender que no es conveniente tener hijos a 15 años. Primos pequeños pasos para poder, por lo menos un poco, cambiar.
Cambiar desde pequeños para crecer mejorando.
Maria Montessori dijo “esta es nuestra obligación hacia los niños: darles un rayo de luz, y seguir nuestro camino”, y es este que intentamos hacer como voluntarios cada día durante un año de nuestro tiempo, esperando que algo se quede bloqueado entre esas sonrisa y esos pensamientos.
Josper no es un niño, es muchos niños y niñas a la vez. Es también Nathaly, Josué, Alex, Ariel, Shirley, Lisbeth, Dylan, Estefanía, Anahi, Mayckel, Lenin, Melissa y todos los demás que cada semana esperamos, con los brazos abiertos.