de Anna Grazia Graduato, Chiara Menonna y Matteo Maritano Yachay Wasi es aquel lugar donde se comprende perfectamente la importancia de la palabra “wasi”: casa. Es de verdad una gran familia, en el cual los límites entre vínculos de sangre, afectivos o de trabajo son muy fugaces. Sí, porque la Yachay Wasi es un labor de familia desde hace más de veinte años. Desde que Mashi Laurita quiso abrir este espacio dedicado a la educación intercultural. El mashi Fernando, su compañero de vida y trabajo, le ha ayudado a tal punto que los dos constituyen una pareja compacta que representa el pilar de la misión y visión de la Yachay Wasi. También los espacios se confunden, se mezclan: la intimidad de la escuelita se fortalece por el hecho de que se desarrolla alrededor de la casa de los mashis. La puerta de la casa Chimba-Santillan está comunmente entreabierta, pero nadie se atreve a sobrepasarla: los niños son bastante conscientes del respeto de los espacios privados y saben muy bien que la escuela acaba cuando acaba el patio. Al final de la jornada escolar los mashis se reencuentran, con un buen cansancio en las espaldas, a almorzar en el comedor de bambu, hace poco construído para buscar reparo de las lluvias torrenciales que han desatado las plantas de la chacra. La chacra es el presente, se manifiesta trámite las señas, pequeños indicios de buena o mala suerte que involucran animales, fenómenos atmosféricos o plantas. Yachay Wasi es un microcosmo en equilibrio entre modernidad y tradición, un tipo de isla ancestral al interno del tejido urbano de Quito. En apariencia cerrada al mundo externo, en realidad la escuelita abre sus puertas para quienes tengan la capacidad de entrar con el respeto y un poco de curiosidad como cuando uno es invitado en casa de otros. a b
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El método usado en la escuelita está enfocado en la filosofía de la Ishkay Yachay: “los dos saberes’” aquel ancestral y aquel moderno. Se busca de seguir el programa ministerial, con incursión en la cosmovisión andina, bajo la guardia del mashi. En primer lugar está siempre el desarrollo emotivo del niño: los alumnos vienen a acostumbrarse desde el inicio a cuidar los espacios comunes y a ocuparse de la gestión de la clase.
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La escuela es en San José de Monjas, un barrio que presenta algunas dificultades económicas y sociales. Muchos de los niños vienen de ambientes pobres y familias problemáticas. Algunos son hijos de emigrantes de las comunidades indígenas y sufren discriminaciones cotidianas.  
En la escuela se busca de recrear la atmósfera de la vida de campo y de hacerla conocer a los niños que, creciendo en ciudad, no han logrado entrar en contacto con la realidad campesina.
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La chacra es el fulcro de la cosmovisión andina: no es solo un simple huerto con plantas comestibles y animales, sino considerada como una verdadera y propia entidad. Mashi Fernando suele decir que sin chacra ni siquiera existe nuestra escuela. Es teatro de muchos rituales andinos, entre los cuales los más importantes se desarrollan cuatro veces al año, en ocasión de equinoccios y solsticios. En estos eventos se invoca los Apus, las montañas-deidades y se entonan y bailan contos kichwa, quemando palo santo.
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La mayor parte de los días de escuela se desarrollan al abierto: se mueven, se hace clases en el patio, se baila, se aprende a tocar instrumentos tradicionales kichwa. La escuela cree que la actividad  física, acompañada de una alimentación sana es parte imprescindible de una educación que pone al centro el cuidado de la salud y el bienestar del cuerpo.  A través de talleres organizados por los mashi, los niños han podido experimentar disciplinas como el yoga,  la meditación y las artes marciales.
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La música es un elemento fundamental en la Yachay Wasi: en la óptica intercultural se busca transmitir a los niños la importancia de los bailes tradicionales de los pueblos de la Sierra, de la costa y de la Amazonia. Igualmente se alienta la actividad artística incluyendo en la rutina educativa, juegos, danza, teatro.
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El horario semanal prevee también algunas horas dedicada a los proyectos en la chakra y en cocina, donde los niños aprenden a reconocer y a valorizar los productos de la huerta y las semillas autóctonas. Los “bioproyectos” vieron a los niños ocuparse en el cortar verduras o a amasar: han aprendido a hacer pizza, helados, empanadas, humitas, galletas alemanas, recetas ecuatorianas y del mundo.
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El 20 de abril, día de la familia, se vio a padres y niños jugar juntos en juegos cooperativos organizados por los voluntarios. Después de haber participado a las actividades propuestas, se invitó a las familias a describir a través de un dibujo la ‘familia ideal’. Con diseños y frases cortas, papás e hijos se confrontaron en sus respectivos puntos de fuerza y debilidades. Luego compartieron las propias e íntimas reflexiones con los demás, con sinceridad y emoción.
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El día anterior al día del niño (1 de junio) se desarrolló “el ritual del perdón”. Sentados en círculo en el patio, alrededor de algunas semillas autóctonas y al humo del palo santo ardiente, por turno niños y mashis tomaron la palabra para pedir disculpas, a quienes pudieron haber herido con las palabras y con el propio comportamiento. El ritual terminó con un momento de abrazos colectivos.
 

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