de Elena Biagioli, Renata Lamartire y Elisabetta Napoli
Colaborar en el Centro Educativo Integral Paola di Rosa significa entrar en una realidad en la cual el aspecto religioso, aunque no decisivo para quienes quieren formar parte de él, representa un motor de energía y agregación.
A través de las costumbres relacionadas con la vida espiritual, el Ceipar garantiza un punto de referencia constante para el barrio y una oportunidad para que los voluntarios conozcan más en profundidad el contexto en el que operan.
La misa del jueves, por ejemplo, no solo representa un momento de unión y entrega de alimentos para las familias en dificultad, sino, sobre todo, la posibilidad de mantener el contacto con la comunidad.
Otro momento sugestivo es la presentación anual de la Via Crucis por las calles del barrio: las caras iluminadas por velas en la oscuridad, la procesión marcada por las estaciones interpretadas en las casas de las familias; hacen que se genere un ambiente rico de emociones compartidas.
Además, Mayo es el mes dedicado a la Virgen Maria, por lo tanto quienes colaboran en el proyecto, aprovechan para visitar a las familias que frecuentan el Ceipar.
El contacto directo con las realidades más íntimas genera un cambio de perspectiva y nos asegura tomar más conciencia sobre los problemas presentes en el barrio. Una habitación como casa, paredes de cartón, láminas como techos, inodoros precarios, espacios limitados y camas compartidas por familias enteras: esta son las realidades que se presentan.
Ingresamos desde la entrada secundaria que lleva a la casa de Maichel, un niño de 10 años que vive con sus dos hermanas pequeñas y su madre.
Cruzamos una primera habitación, donde encontramos a una anciana en una cama y al lado un mostrador con algunos alimentos en venta. Llegando a la pequeña casa para tener un momento compartido y apoyar a la familia, nos quedamos en fila india prestando atención para no topar con el techo bajo y no aplastar a las gallinas y a los perros. Hasta aquel instante nos habíamos enfocado solo en un aspecto de Maichel, el más rabioso, sin considerar el contexto en el que vive. Frente a la precariedad de las condiciones, a la frustración de una madre que tiene que sustentar a la familia todos los días y el entorno violento que lo rodea, los juicios se atenúan.
Un caso diferente, pero con problemas similares, está representado por la situación de Alison y Gisela, dos hermanas que frecuentan el centro.
El olor a grasa y barniz en el taller donde trabaja el tío permea la parte que está enfrente de la casa, automóviles destruidos y piezas de carrocerías amontonadas dificultan el acceso a la puerta. Una vez ingresados, la sensación de claustrofobia es inmediata: grandes cajas de baratijas, ropa y basura acumuladas que forman una pared, dejan un pequeño pasillo sin luz que lleva a una habitación llena de objetos voluminosos y una cama, donde viven seis personas, sin agua corriente, sin instalaciones sanitarias adecuadas.
El entorno limitado ha incrementado la conciencia de que el Ceipar no solo es un espacio seguro que ofrece servicios, sino un espacio físico como tal, en el cual llevar a cabo actividades básicas.
La emoción y el alivio de la abuela y la madre frente al apoyo emocional y concreto, dado por la presencia de las hermanas y su capacidad de transmitir esperanza, ha afectado a todos.
Cada vez que finalizamos estas visitas las palabras faltan y dejan espacio para la reflexión; por esta razón, participamos a estas iniciativas cuando se presente la oportunidad. Salir del contexto protegido y amortiguado del Centro hace que la experiencia del voluntariado sea real, tangible y además necesaria para empatizar con contextos diferentes.