¿Qué significa un año de Servicio Civil? ¿En una ciudad casi fantasma? ¿En una escuela inmersa en el verde de la selva y habitada por almas frágiles llenas de sonrisa contagiosa? Para mí este año ha significado muchas preguntas y estas solo son algunas que me acompañaron en el viaje mágico de estos doce meses que me puso en frente a la reflexión.
Un año a “Soñando por el cambio”, un proyecto social que nació hace unos veinte años en Santo Domingo, no en la República Dominicana, como la mayoría de nosotros esperamos, sino en Ecuador, en una de las provincias más pobre del País donde la violencia familiar y las dificultades socioeconómicas son casi siempre tacitas. Sin embargo, es un lugar puro y virgen, cuyos recursos se ven desanimados y la energía que percibes, si pones un poco de esfuerzo para escuchar, es crucial para ver y creer en ese “cambio” que ya está encima del cartel a la entrada de la escuela. Y que escuela! Un espacio natural mágico, no solo por lo que se ofrece adentro, sino especialmente por aquellos que lo pueblan. Las almas más pequeñas y más grandes de Soñando son también las ultimas, los hijos de una sociedad a los que nunca se ha enseñado lo que es educar y hacer con amor, para enfrentar la violencia, el consumo de droga y el abandono familiar. Llegar aquí ha significado ponerse totalmente en discusión, dejando de lado un modelo de referencia e intentando, lo más rápido posible, de abrazar a otro, tratando de demostrar que puede existir una alternativa a la imagen amarga que estos niños tienen tan temprano de la vida.
Este año le agradezco por haberme iluminado sobre “como” lograr este objetivo: a partir de las necesidades de sus habitantes, en el contexto en el que viven. Las necesidades de estos niños, el corazón del proyecto, son vivir un lugar, durante 10-12 horas, lo más cerca posible de un hogar, su hogar. Una comunidad y nosotros sus padres, sus madres, hermanos y hermanas. A pesar de la justa distancia profesional subrayada en todos los libros de pedagogía y psicología y del nivel de religiosidad o espiritualidad que cada uno de nosotros posee, aquí la diferencia la hace quien se dona totalmente a estos muchachitos y muchachitas. Aunque las dificultades, los imprevistos y las diferentes competencias que cotidianamente se deben poner en juego y el calor tropical, haber trabajado días y semanas “sólo” por un dólar robado de la mochila de un compañero, o para evitar un embarazo de una niña de 14 años, o para una clase que juega para correr y no a pegarse o lograr que en un día 50 sobre 90 sonríen en lugar de llorar, son pequeños logros de una batalla que todavía sigue luchando.
Los niños aquí aprenden a hacer y hacerlo bien y este año, los niños me enseñaron cómo hacerlo.
Trabajar en una escuela pública para niños con necesidades afectivas tiene mucho que enseñar. Una escuela pública en la selva es un diamante precioso que incluso sueña un hijo de nuestra sociedad. Aquí en Soñando no se necesita abrir el libro a hoja 40 porque el libro estos niños no lo tienen y además no están interesados en abrirlo. Lo importante aquí (como en cualquier otro lugar del mundo) es con quién abro el libro y por qué. Las lecciones que hay que aprender son escucharse unos a otros, respetarse, no tener miedo de las amenazas, tomar confianza, no tener que defenderse necesariamente con el abuso de poder y dar la misma importancia a las emociones como a la matemática. Estas fueron nuestras batallas diarias aquí en Soñando. Los niños nos han dado incondicionalmente todo lo demás y sabemos que en ellos fueron nuestros verdaderos ayudantes. La capacidad de sonreír a pesar de la adversidad de sus vida cotidiana, sus capacidad de regresar a la escuela feliz a pesar de la noche de infierno que pasaron en su hogar, si la casa existe.
¿Qué podríamos esperar de estos niños? Esto siempre me lo pregunté.
Respeto, confianza, aquí están algunas de las respuestas. Pero cuando recibes amor, a pesar de todo, te sientes moralmente responsable de cada gesto y palabra y la fuerza que hay que tener depende de ti y de ellos juntos. Y esto no siempre es fácil y, a veces, el riesgo de perder el centro, de desviarse, de necesitar un apoyo, un reconocimiento. Olvidando el centro, los muchachos, la generosidad incondicional de un abrazo de Miguel, una sonrisa de Karla, el entusiasmo de Enríquez, la bondad de Mayerly, el gran corazón de Pedro, sino también las cicatrices de Emily, la ira de Iariel, las mentiras de Kelvin. Y son siempre ellos, como me ha enseñado un compañero de servicio, a recargarte de la energía maravillosa que la vida nos da y que está lista para ser vista si se la escucha. Y todos estos niños ya lo saben desde siempre.
“Solo hay tres formas efectivas de educar: con miedo, ambición, amor. Nosotros renunciamos a los primeros dos “. Rudolf Steiner (de El arte de la educación).
“Hacer” para mí y Vanessa, Emiliano, Chiara, Bryan, Julio, José, Noé, Padre Cristian, Norma, Lucía, Lucita, Lilianita y para todos los niños que pasaron, pasan y pasarán de acá fue la alternativa más justa. Todos a su manera, todos con sus recursos y límites. Para mí, el teatro fue la respuesta a las necesidades del momento y un poderoso incentivo para el cambio. El teatro fue concebido originalmente como una verdadera limpieza interior, una catarsis con una resolución absolutamente social. Poniéndose en escena, el hombre se revela a sí mismo, y, a través de la historia, del cuento, aparece la verdad de estar en el mundo y la manera de tomar decisiones y llevarlas a cabo. Por eso salió esta idea de trabajar inicialmente no sobre un texto, sino en ejercicios que ayuden a estos niños a conocerse más a sí mismos, para aprender a vivir bien con los demás y usando el cuerpo como primer gran medio de comunicación. Y el paso hacia la conciencia de cuánto el arte sea cien veces más efectivo como cura (no solo patológica) que mil palabras en una oficina de psicología era casi cierto.
A partir de aquí los últimos seis meses de mi proyecto se dedicaron al “Principito”, el famoso cuento de Antoine de Saint-Exupéry que para mí siempre ha sido mucho más que un cuento para niños. Trabajamos con nuestras manos, escribiendo el texto con los chicos mayores (desde la historia hasta los diálogos teatrales) y construyendo herramientas eléctricas, objetos mágicos y símbolos materiales. Hemos “ensuciado” nuestras manos con pegamento, papeles, colores; manejamos cepillos suaves, materiales mixtos, amarramos, rompimos, cortamos, reconstruimos. Y gracias a esto estuvimos juntos, desde el segundo hasta el décimo año de educación básica. A través del cuerpo nos hemos aliviado de las malas energías y nos hemos enojado, tuvimos miedo y alegría, hemos experimentado emociones y responsabilidad como la de estar en el escenario y, con todas las dificultades posibles, estos niños lo han logrado. Se han escuchado entre ellos, se han encontrado con los tiempos provistos por el ensayo y algunos también llamaron a algunos amigos, parientes, una persona querida.
Una revolución fue solo saber que todos estaban allí y que no estaban ausentes, que conocían a su compañero o compañera, que quizás por un momento se sintieron unidos, uno con el otro y esta vez el principito fue más de uno. Esto no habría sido posible si no hubieran estado todos ellos y para ellos nunca terminaré de agradecerles. Vanessa y Noè para las escenas, Emi para las fotos y el video, Chiara por no haberme odiada demasiado en la organización junta con la presentación mágica de gimnasia.
Y agradezco al teatro por existir y quién lo hace.
“Incluso un teatro hecho con el corazón, con una técnica que combina sabiduría y humanidad, también un teatro similar, sin ir al lado de lo patológico, que sigue siendo una definición humana, incluso un teatro así ayuda y cura”. Implícitamente, en silencio. Y de una manera sorprendente”
Oraciones “El principito”:
“Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante”.
“Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo que juzgar a los demás. Si logras juzgarte bien a ti mismo eres un verdadero sabio”.
“El esencial es invisible para mis ojos”